"La disparidad entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que el soñador crea seriamente en un sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje a conciencia por que se cumplan sus fantasías. Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien." (V.I.Lenin, 1902)



lunes, 18 de abril de 2011

Presentación en la Feria del Libro de "La mujer, el Estado y la revolución"

La agrupación de mujeres Pan y Rosas y Ediciones IPS presentan: 
La mujer, el Estado y la revolución
Política familiar y vida social soviéticas 1917-1933 
 

de Wendy Z. Goldman

Exponen la autora, Wendy Z. Goldman, en videoconferencia desde la Universidad de Pittsburgh y Andrea D'Atri, fundadora de la agrupación Pan y Rosas, responsable del prólogo a la edición en castellano.
 


Sábado 23 de abril, 19:30 hs. en la sala Javier Villafañe de la 37º Feria del Libro.


Estractos de la reseña del libro, por Andrea D´Atri: 

“Si logramos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, exigente y absorbente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad lo mismo que el deseo egoísta de ‘unirse para siempre al ser amado’; si logramos que desaparezca la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie criminalmente a su ‘yo’, no cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros elementos preciosos para el amor. Así se desarrollará y aumentará el respeto hacia la personalidad del otro, lo mismo que se perfeccionará el arte de contar con los derechos de los demás; se educará la sensibilidad recíproca y se desarrollará enormemente la tendencia de manifestar el amor no solamente con besos y abrazos, sino también con una unidad de acción y de voluntad en la creación común”. Discutía contra esa peculiar forma de la pasión que acompaña al modelo del “amor romántico” burgués, que no es nada menos que el sentimiento de propiedad trasladado a las relaciones personales, cosificando a las personas y engendrando los celos y también la violencia. Planteaba una perspectiva libertaria para el amor entre los seres humanos, acompasada por los ritmos de una revolución social que lo transformaba todo.


Con esas palabras, Alexandra Kollontai cerraba su Carta a la Juventud Obrera de 1921, también publicada como El amor en la sociedad comunista. Su voz fue una de las tantas que se alzaron en los primeros años de la Revolución Rusa de 1917 para debatir sobre el amor, el matrimonio, las uniones libres, la sexualidad, la extinción de la familia, la socialización del trabajo doméstico, la educación de los niños, el derecho al divorcio y al aborto, entre tantas otras cuestiones que hacen a la vida cotidiana.
Y estos debates, sus avances y retrocesos, el desgarramiento entre una sociedad nueva por nacer y la vieja sociedad reaccionaria y opresora que se derrumbaba, se describen y analizan en La mujer, el Estado y la revolución, una exhaustiva investigación de la historiadora norteamericana Wendy Z. Goldman que por primera vez se presenta en castellano en esta edición conjunta de la agrupación de mujeres Pan y Rosas y Ediciones del IPS.

El amor en tiempos de revolución

¿Cómo crear una legislación para un Estado que se concebía, desde su inicio, destinado a perecer? El Código Civil de 1918, resultante de profundos debates y estudios de juristas, intelectuales y dirigentes bolcheviques, no tenía parangón en la legislación más avanzada de los países centrales europeos. Y, sin embargo, como señala Wendy Z. Goldman, “a pesar de las innovaciones radicales del Código, los juristas señalaron rápidamente ‘que esta legislación no es socialista, sino legislación para la era transicional’. Ya que este Código preservaba el registro matrimonial, la pensión alimenticia, el subsidio de menores y otras disposiciones relacionadas con la necesidad persistente aunque transitoria de la unidad familiar. Como marxistas, los juristas estaban en la posición extraña de crear leyes que creían que pronto se convertirían en irrelevantes”. Garantizar la igualdad ante la ley de hombres y mujeres, pero especialmente trabajar en la transformación radical de todo aquello que obstaculizara la igualdad ante la vida, donde las mujeres permanecían esclavizadas en el embrutecedor trabajo doméstico, víctimas de opresivas costumbres ancestrales que era necesario arrancar de raíz de la cultura y la vida social soviéticas.
Nada de esto podía resultar una tarea sencilla en medio de la guerra imperialista, la guerra civil, las sequías y hambrunas que asolaban al naciente Estado obrero. Sin embargo –como señalamos en el prólogo a La mujer, el Estado y la revolución – “las dificultades no eran óbice para un pensamiento audaz de los dirigentes bolcheviques, que sobrevolaba por encima de los aprietos que imponía la realidad. (...).”
(…) Ellos y ellas se atrevieron, no sólo a tomar el poder, sino a tomar el cielo por asalto, pensando nuevas formas de relaciones humanas, despojadas de la coerción, la represión, el despotismo y la mezquindad familiar. Imaginaron que el comunismo no era sólo una asociación de productores libres sino también una sociedad donde, como dijera el sociólogo Vol’fson, parafraseando a Engels, “la familia será enviada a un museo de antigüedades, donde yacerá junto a la rueca y el hacha de bronce, a la calesa, la máquina de vapor y el teléfono de cable”.
Sobre ésta como sobre tantas otras cuestiones, los bolcheviques no tenían una sola opinión, los había más libertarios y más conservadores. Pero todos actuaban con el convencimiento de que la revolución no es sólo un asunto público, sino que debe transformar de manera permanente todos los ámbitos de la vida privada, especialmente para quienes han sufrido las vejaciones, las injurias y la milenaria opresión a que los ha condenado la sociedad de clases. (…)

El amor en tiempos de reacción

(…) Fue necesaria la derrota de los levantamientos revolucionarios de los obreros de la moderna Europa; la persecución y el aislamiento en cárceles, campos de trabajo  forzoso; fueron necesarios el exilio, los juicios fraguados y el fusilamiento de miles de estos revolucionarios para que –paradójicamente– en nombre del socialismo, se limitara el desarrollo de la socialización de los servicios de guarderías, lavaderos y comedores, para que se desenterrara el culto a la familia, para que se estableciera que el matrimonio civil era la única forma legal de unión frente al Estado, para se suprimiera la sección femenina del Comité Central del Partido Bolchevique, para que se volviera a penalizar la homosexualidad como en tiempos del zarismo y se criminalizara la prostitución, para que se prohibiera el aborto y se desacreditaran las ideas que se debatían ardientemente en los primeros años de la revolución.
La reacción estalinista no tenía nada en común con las mejores tradiciones del socialismo, que impregnaron de un espíritu profundamente libertario los primeros debates de los revolucionarios rusos. Más bien, el estalinismo fue todo su contrario y miles de deportados, presos y asesinados lo atestiguaron con sus vidas.
(…)Como señala Wendy Z. Goldman, (…)“la tragedia de la reversión en el campo de la ideología no fue sencillamente el haber destruido la posibilidad de un nuevo orden social revolucionario, aunque millones habían sufrido y muerto precisamente por este motivo. La tragedia fue que el partido siguió presentándose como el heredero genuino de la visión socialista original. (...). Y la tragedia más grande de todas es que las generaciones subsiguientes de mujeres soviéticas, desheredadas de los pensadores, las ideas y los experimentos generados por su propia Revolución, aprendieron a llamar a esto ‘socialismo’ y a llamar a esto ‘liberación’”.
(…) Trotsky señalaba que uno de los aspectos esenciales que caracteriza a una revolución socialista es la metamorfosis que, luego de la toma del poder y mediante una lucha interna constante, engloba al conjunto de las relaciones sociales: “las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio”. Las clases dominantes prefieren la estabilidad y el equilibrio. También las burocracias que, en nombre de la revolución, usurpan su protagonismo a las masas. La revolución, en cambio –y el marxismo revolucionario- no admite equilibrios y lo convulsiona todo. (…)
Esos crímenes, cometidos en nombre del socialismo, son los que permitieron embellecer las democracias imperialistas que cooptaron a los movimientos de lucha contra la opresión sexual, los que se vieron, a su vez, cada vez más alejados de una alianza con el movimiento obrero en la lucha por un cambio radical de la sociedad.